El ‘códice único’ del Cantar de mio Cid (CmC) en la EIB



Aunque no es menester entrar en detalles, cuando en 1913 murió el influyente político asturiano Alejandro Pidal y Mon, quien guardaba el llamado ‘original’ del Poema del Cid –que su padre, el primer marqués de Pidal, había comprado seis décadas atrás–, sus 13 hijos lo heredaron en proindiviso. Y tres lustros después, en la primavera de 1927, cuando legalmente se había agotado dicho proindiviso –y fallecida recientemente la matriarca, doña Ignacia Bernaldo de Quirós–, corrió la noticia de que el ‘códice único’ podía ser vendido por sus propietarios. Y no solamente la prensa nacional se hizo eco, sino también la internacional, incluido el prestigioso New York Times. En aquellas notas, se afirmaba que los descendientes de don Alejandro se disponían a vender el CmC, lo que motivó severas críticas, como la de Américo Castro, aparecida el sábado 16 de abril en El Sol (p. 8). Finalmente, el antiguo códice no fue vendido a un particular, ni tampoco comprado por la RAE ni por ninguna otra institución estatal –como al parecer se pretendía–, pero lo cierto es que aquellas noticias despertaron el interés del gran público.

Así que, por su obvia importancia literaria, y quizá porque las noticias y ‘contranoticias’ de su venta le habrían ganado admiradores entre los profanos, se pensó en su inclusión entre los tesoros expuestos en la EIB. Y así, en medio de armaduras, tapices, capiteles, joyas, casullas y un sinfín de valiosos objetos, el CmC se expuso en una «lujosa [pero secundaria] vitrina perfectamente precintada» de la Sala VII del Palau Nacional, como se puede en ver tres fotografías que no se conservan en el CSIC, pero que con la inestimable ayuda de Maria Mena se pudieron localizar en el Arxiu Fotogràfic de Barcelona. Estas, después de digitalizarlas expresamente para la consulta, ya han sido puestas a disposición de los lectores a través de su catálogo en línea.

Como en futuras ocasiones, se abrió y expuso el códice por los folios (hoy identificados unívocamente como) 37v y 38r, donde se canta el tercer envío de dádivas al rey Alfonso por «myo Çid el de Valençia», lo que le ganó el añorado perdón, al tiempo que aumentó la envidia de «so[s] enemigo[s] malo[s]». Pero además de poder verse una de las seis Aes lombardas del manuscrito, y la lexía «myo Çid el Campeador», quizá se mostró al público siempre por los mismos versos porque estos folios son el último del quinto cuadernillo y el primero del siguiente (i. e., la mitad del códice), lo que lo hacían un sitio perfecto para abrir y exponer el manuscrito sin forzar su entonces tirante y maltrecha encuadernación.

El CmC en el Archivo del CCHS

Por fortuna, además de aquella tríada de imágenes del Arxiu, y tres más que hizo el fotógrafo Luis Lladó –y que también se conservan en el CSIC–, entre los miles de positivos comprados a Montaner en 1943, se hallaban 151 del importante manuscrito, el cual quizá ya había sido reproducido por el ultramontano Alejandro Pidal, pero de las que no se tiene noticia. Así que hasta que no aparezcan, éstas son las fotografías (completas) del CmC más antiguas que se conocen. En ellas se puede ver, uno a uno, todos los folios del códice, incluidas la guarda volante anterior y el recto de la posterior. Sólo se encontraron los positivos sin montar, por lo que el tiempo las había abarquillado y era muy difícil su consulta. En marzo de 2020 se limpiaron, y durante el largo confinamiento de los meses siguientes se quedaron prensando para revertir su deformación. Y en junio, levantadas las restricciones de movimiento, se digitalizaron y se instalaron, con esquineras adheribles, en cartones libres de ácido, las cuales se guardaron en fundas de conservación. Como el nuevo soporte secundario había triplicado el grosor, se guardaron en una nueva caja ad hoc.

Según el inventario original, se pagaron 3 000 ptas. por estas inéditas imágenes, el precio más alto de todos los incluidos en aquel listado. Quizá no sólo por la importancia del códice y de su casi imposible acceso al tratarse de un bien particular, sino porque 20 de las 50 cajas de clichés compradas por el CSIC también eran del Cantar, en total 157, pues había 6 más, que retrataban la arqueta donde se guardaba y transportaba, y del que sólo se conocían dos fotografías posteriores (de 1935). Durante décadas sólo estaban identificadas 9 cajas y 72 negativos, 8 en cada caja (como de hecho se distribuían); las cuales estaban adscritas al Archivo Fotográfico Sánchez Albornoz (AFSA), del Instituto de Estudios Medievales (IEM). Pero entre unos clichés sin identificar, provenientes de un lote incorporado al Archivo en 2006, registrados conveniente y provisionalmente como colección MP –porque provenían del despacho que don Ramón Menéndez Pidal había ocupado en la antigua sede del CEH en Medinaceli–, se encontraron los restantes 85, en rigor 84, pues una sigue aún en paradero desconocido. El estado de conservación de la colección es bastante bueno, pues sólo a una le falta una esquina, otra más estaba rota –pero con el fragmento aún en el sobre–, y una más estaba rota parcialmente –aún unida por la delgada capa de la emulsión. Todas han sido (mimosamente) limpiadas, consolidadas y digitalizadas.

Sin más preámbulo, disfruten de la copia íntegra más antigua (conocida) del vetusto códice de Vivar…

Texto: Jon Zabala