Manuel Gómez-Moreno (1870-1970) participó de forma activa en la Exposición Internacional de Barcelona de 1929 haciéndose cargo de la selección e instalación de un gran número de objetos artísticos e históricos que, reunidos en uno de los edificios de la muestra (el llamado Palacio Nacional), conformaron una ambiciosa exposición bajo el título “El Arte en España”. Su implicación en el proyecto parece dar sus primeros pasos en 1920. En ese año visita Barcelona, donde se reencuentra con discípulos que pasaron por el Centro de Estudios Históricos (Francesc Nebot, Pere Bosch Gimpera) así como con antiguos conocidos como Josep Puig i Cadafalch (director del Institut d´Etudis Catalans y presidente de la Mancomunitat de Catalunya) y Joaquim Folch i Torres (director de los Museos de Arte de Barcelona). También visita las obras de la Exposición, todavía bajo la dirección de Puig i Cadafalch.
Uno de los edificios a levantar sería el llamado Palacio de Arte Antiguo (en principio concebido como Palacio de la Luz, dedicado a la electricidad) llamado a albergar una gran muestra de arte histórico español que, en palabras de Puig i Cadafalch, se había diseñado como “l´exhició ordenada de la historia de l´art a Espanya en tots els sues complexes períodes i en tota seva área d´expansió” (L'Exhibició de l'Art d'Espanya a l'Exposició de Barcelona. Anuari de l’Insititut d’Estudis Catalans, MCMXXVII-XXXI, 1936, p. 2-3). En esta fase de preparación de la Exposición, con una Junta directiva y científica marcadamente catalanista, no se duda en acudir a Gómez-Moreno para que interviniera en la selección de obras y en su catalogación.
Con la dictadura del general Primo de Rivera, a partir de 1923, se produce un decidido intervencionismo que da lugar a importantes cambios: se nombran nuevos comisarios y Puig i Cadafalch es cesado como director de las obras, terminando exiliado en Francia sin que se llegue a ejecutar su proyecto del Palacio de Arte Antiguo. En sustitución de este último, pero en el mismo emplazamiento, se levantará el llamado Palacio Nacional según diseño de Eugenio Cendoya y Enric Catà. A pesar de estos cambios y la salida de escena de algunas de las personas que apostaron por Gómez-Moreno, no quedará fuera del proyecto. En 1928 viaja a Barcelona para coordinar un equipo encargado de buscar y reunir las piezas, que superaban las 4.000. Es una labor ardua y compleja ya que había que conseguir los permisos de los custodios (obispados, museos, particulares) y el traslado a Barcelona de los objetos desde muchos lugares de la geografía española.
También se encargaron un buen número de reproducciones en escayola de elementos arquitectónicos y escultóricos y varias maquetas a escala de edificios. La confección de listas y búsquedas de objetos duró cerca de un año. En abril de 1929, con menos de dos meses de cara la inauguración (el 20 de mayo), Gómez-Moreno vuelve a Barcelona para dirigir la operación de desembalaje e instalación de las piezas, distribuidas en las 24 salas de la planta baja del Palacio Nacional. A instancias del director de la Exposición, Joaquim Montaner, se le encarga la confección del catálogo, una guía imprescindible para el visitante ya que las piezas tan solo estaban acompañadas por un número que las identificaba. Tras una primera edición provisional Gómez-Moreno revisa y completa el catálogo para las sucesivas ediciones.
Nunca antes, ni después, se reunieron tal cantidad de piezas artísticas, arqueológicas y documentales cubriendo, de una sola vez, un enorme lapso temporal: desde tiempos prerromanos hasta los Reyes Católicos. Es indeleble la huella de Gómez-Moreno en la selección. De hecho, no pocas de las piezas reunidas fueron “descubiertas” por él durante la confección de sus Catálogos Monumentales de Salamanca, Ávila, Zamora y León.
Su vastísimo conocimiento, casi siempre directo, de todo tipo de objetos históricos correspondientes a muchos periodos le convertía en la persona con la mejor visión panorámica de un “Arte Español” transitando por la historia que podía equipararse, en número y calidad, a cualquier otro de los artes “nacionales” que algunos países europeos venían proclamando y divulgando desde tiempo atrás. Sin embargo, el enorme esfuerzo expositivo no estuvo acompañado de la confección de un relato en el que lo exhibido se erija en discurso histórico y no en una mera concatenación de piezas singulares. No sabemos si, en verdad, Gómez-Moreno se planteó hacer algo más que el catálogo. Lo cierto es esta ambiciosa muestra quedó como algo bastante irrelevante tras concluir la Exposición en vez de servir de referente historiográfico. Hubo incluso severas críticas, como las de Puig i Cadafalch, quien se mostró disconforme con los criterios expositivos y delata defectos e imprecisiones del catálogo revisado por Gómez-Moreno. A pesar de las críticas, esta exposición es la materialización de un esfuerzo investigador, primero particular y luego colectivo (como responsable de la sección de Arqueología del Centro de Estudios Históricos-JAE), que sienta unas nuevas bases comprensivas del fenómeno artístico “español” a lo largo de la historia en consonancia con los regeneradores modelos científicos y docentes puestos en marcha décadas atrás.